miércoles, 3 de julio de 2013

Gatsby narco





Lydiette Carrión


Reconocimiento social, burlar el destino al que pareciera condenarnos nuestro nacimiento, son potentes motores para que un muchacho decida apostar por el crimen.

Esta premisa se encuentra en la literatura. Por ejemplo, en Madame Bovary (1856) –de Flaubert–una joven burguesa bonita vive atormentada porque jamás será aristócrata.

En El Gran Gatsby (1925), de F. Scott Fitzgerald, y actualmente en boga por la película del mismo nombre, en aras de estatus, Jay organiza fiestas de miedo en su ostentosa mansión.

A las fiestas todos van: la élite de Nueva York, los artistas, etcétera. Y todos se preguntan: ¿quién es Gatsby?, ¿de dónde saca el dinero? La sociedad tolera el delito, siempre y cuando Gatsby siga dando lujo  a manos llenas.

Actualmente, las mafias mexicanas (desde el narcomenudeo de barrio hasta los cárteles más sádicos) se nutren de adolescentes y jóvenes. Necesitan carne de cañón. Y ésta es atraída con el mismo mecanismo descrito en Gatsby: la necesidad de escalar socialmente, de ser reconocido, de tener cierto estatus.

La desazón que empuja a los jóvenes es estimulada por nuestra sociedad, estratificada, discriminadora, racista,. Y es que el racismo tiene una función para los grupos de poder: mantener el control, dividir a la gente, entretenerla en luchas vanas.

Entra en juego la pésima educación pública (lo que hace una brecha enorme entre pobres y ricos al momento de acceder a la educación superior); nuestro arraigado racismo contra nosotros mismos, que se manifiesta en expresiones como: “pinche indio”, “es un naco” o “está muy paisana”.

En Madame Bovary y en Gatsby, la moraleja es la misma. Al final, tras profundos esfuerzos por encajar, ambos personajes mueren solos y abandonados por la sociedad que trataron de impresionar. Cuando se acaba el dinero, Bovary y Gatsby son desechados y repudiados.

Lo mismo ocurre con los niños sicarios, por cierto.

La solución a esta sociedad estratificada y racista es transformarla: oportunidades de genuina educación y desarrollo para todos, reivindicar nuestros orígenes y cultura. Sólo así le ganaremos al crimen organizado, a los enganchadores de gatsbys.

Glosario de supervivencia

Consternación chilanga: Años ya que el país estaba en llamas. Pero el chilango despertó cuando el crimen abofeteó a la “Condesa”. 

**Publicado en el Universal Gráfico el 3 de julio de 2013. 

martes, 2 de julio de 2013

Con qué se come la alerta de género





Lydiette Carrión

Desde 2007, la ley contempla la alerta de género. En teoría, funcionaría así: un grupo de la sociedad pide que se active y ofrece sus alegatos, se reúnen las presidentas de los institutos de la mujeres de todo el país, así como el secretario de Gobernación y otros funcionarios, evalúan los hechos y activan la alerta si lo consideran necesario.

Entonces fluye dinero para que autoridades y organizaciones estudien por qué ocurre la violencia.

Por ejemplo, en el Estado de México, el transporte público ha sido identificado como punto peligroso para las mexiquenses. La mayoría trabaja en el Distrito Federal y regresa a su hogar por la noche. En las paradas de autobuses, en los peseros que se van quedando vacíos, en las calles poco iluminadas, ocurren los ataques.

Con la alerta de género se podría estudiar el sistema de transporte público, los puntos más peligrosos  y hacer los cambios necesarios.

En el papel, la alerta y la ley son muy bonitas. Hasta vienen expertos de otros países para estudiarla e implementarla en otras partes. El problema es que desde 2007 a la fecha, de las seis ocasiones en que se ha solicitado la alerta de género, no se ha puesto en marcha ni una vez. Ni una sola. Ni cuando en la zona triqui de Oaxaca estaban desapareciendo y matando mujeres en medio de un terrible conflicto social, ni cuando empezaron a desaparecer y a matar mujeres en Nuevo León en el contexto de la guerra contra el narcotráfico, ni, por supuesto, cuando se solicitó para detener la ola de feminicidios en el Estado de México.

El problema, explican organizaciones es que las autoridades perciben la Alerta como un arma de golpeteo político.

En enero de 2011, las autoridades decidieron no declarar la alerta de género en el Estado de México. Entonces varias organizaciones presentaron un amparo que fue admitido por un juez federal. Por mandato, las autoridades deberán discutir de nuevo y decidir sobre la alerta en el Edomex. La fecha para ello es el próximo 19 de julio.

¿Qué harán las autoridades? Haga su quiniela.

Glosario de Supervivencia

Recompensa: Medida desesperada de las autoridades, dirigida no tanto a resolver casos, sino a acallar a la opinión pública cuando las investigaciones son un desastre.


** Columna Rendija publicada el 26 de junio de 2013

Thalía quiso alcanzar el sueño americano. Y desapareció


El 1 de agosto de 2012, alrededor de las tres de la tarde, Thalía González Martínez, de entonces 19 años, se vistió con ropa negra, cargó con el poco dinero que le quedaba, su credencial del IFE y un teléfono celular. Luego se despidió de su familia.

Partió con una conocida suya, Lorena Torrijos. Iban a cruzar a Estados Unidos por Reynosa. La familia de Thalía la vio alejarse y dejar el lugar donde nació: Juando, un pueblito que apenas rebasa los mil habitantes, en el municipio de Acambay, estado de México. Desde esa tarde nadie la ha vuelto a ver.

La historia comenzó tres meses atrás, en mayo de 2012. Lorena, de aproximadamente 28 años, estaba de visita en Juando. Ella vive en Chicago desde hace 15 años y había regresado por primera vez desde entonces a su pueblo. Durante esas vacaciones visitó constantemente a Thalía; la invitaba a comer y a beber, pasaban horas platicando con otra mujer, tía de Lorena —Zenaida Flores— y juntas la convencieron de emigrar en compañía de Lorena y abandonar lo poco que tenía: un pequeño negocio de carnitas.

La joven se entusiasmó y pidió dinero a la familia. Convenció al papá de vender una camioneta y unos puercos, y juntó 60 mil pesos: el precio por anticipado que exigía la “coyota”. Depositó directamente a cuentas bancarias de la familia de Lorena, quien supuestamente arregló todo el viaje. El problema es que nadie de la familia de Thalía supo quién era la “coyota”, ni tuvo algún contacto con ella.

De lo único que tuvieron certeza es que las dos mujeres, quienes debían ir vestidas con colores oscuros para esconderse de la migra, cruzarían por Reynosa, Tamaulipas.

Reynosa solía ser un lugar muy recurrido por migrantes mexicanos, quienes cruzaban a nado el río Bravo y llegaban al área metropolitana de McAllen, Texas. Pero actualmente se ha vuelto muy peligroso debido al crimen organizado, en concreto Los Zetas.

La gente de Juando (un pueblo del cual han debido migrar muchas personas a Estados Unidos) ahora emigra por Piedras Negras, Coahuila, explica el hermano de Thalía, Daniel González Martínez.

El 1 de agosto las vieron partir. El día 2 la madre llamó al celular de Thalía, pero nunca entró la llamada. La familia intentó comunicarse al celular de Thalía y al de Lorena los días siguientes sin éxito. A los ocho días, Lorena Torrijos ya se encontraba en Chicago y se comunicó a Juando. Dijo que Thalía “no había aguantado ni tres horas en el desierto” y que se había entregado a la patrulla fronteriza.

Agregó que la habían dejado en McAllen, pero que no se preocuparan, la iban a “maquillar” y los “coyotes” la pasarían a través de la garita con una mica (visa) falsa.

—Pero si ya estaba en McAllen, ¡ya había cruzado!, ¿por qué tenía entonces que cruzar de nuevo?, exclama el hermano de Thalía, Daniel González Martínez. Más aún, se cuestiona: “¿De cuál desierto hablan en el área metropolitana de McAllen?”.

Pasaron los días, los meses. Lorena reportó la desaparición de Thalía en un consulado, dijo que era su prima y después dejó de contestar las llamadas de los familiares de la joven, quienes denunciaron los hechos ante el MP mexiquense en diciembre de 2012. Pero hasta la fecha no han visto que se inicie una investigación o se de alguna coordinación con autoridades federales y tamaulipecas.

“Yo sólo quiero que me digan dónde está, qué hicieron con ella”, se duele la madre de Thalía, la señora Eulogia Martínez.

Antes de morir, dijo: "Fue Juan"


Eran las 9:30 de la noche cuando el señor Juárez escuchó que alguien se acercaba a la puerta. Debía ser un conocido porque los perros no ladraron.

—¿Quién es?

—Vengo a hablar con Luisa, respondió una voz que reconoció como la de Cuauhtémoc, un sobrino suyo.

Luisa, la hija del señor Juárez, miraba un programa de Juan Pablo II en la televisión.

—Ahí te hablan, le avisó.


Luisa salió a la puerta de la casa. Poco después, el señor Juárez escuchó siete disparos de arma de fuego. Se asomó y vio que su hija agonizaba; antes de morir le dijo: “Fue Juan”.

El asesinato de la abogada Luisa Juárez Miranda, de 54 años, ocurrió el 30 de abril de 2011 en San Agustín Buenavista, un poblado de poco más de 2 mil habitantes en el municipio de Soyaniquilpan de Juárez, estado de México. De acuerdo con sus hermanos, Cristina y Heliodoro Juárez Miranda, las autoridades han sido omisas. Hasta la fecha el asesinato de Luisa está impune.

Antes de ser asesinada, Luisa se dedicaba a cuidar a su papá y llevaba dos asuntos legales, ambos vinculados con despojo de tierras entre familiares.

En el primero defendía a un hombre llamado Eugenio, tío político de Juan, quien había falsificado la firma de su pariente para hacerse de unas tierras. Además, lo había hecho mientras era comisario ejidal, lo que es ilegal.

En el segundo defendía a Adolfo, un campesino analfabeta que, en una ocasión, cuando fue a cobrar el dinero que le daban del programa Procampo descubrió que su hija lo había despojado de su tierra.

Ambos casos eran fáciles de ganar y tenían audiencias en mayo de 2011. “Y a mi hermana la mataron el 30 de abril”, sentencia Heliodoro.

El homicidio de Luisa fue tomado por el MP de Jilotepec, estado de México. Ahí pasó 2 meses y medio. En julio fue trasladado a Toluca y descentralizado a Lerma.

Al inicio estuvo bien, “comenzaron a trabajar”, pero repentinamente, a decir de Cristina, las cosas comenzaron a entorpecerse sin razón aparente.

La primera ministerio que llevó el caso en Lerma le gritaba al papá de Luisa que le dijera quién la había matado. El señor ya había declarado en Jilotepec que escuchó la voz de Cuauhtémoc. Pero la servidora le decía que le molestaba mucho trabajar “con viejitos”. Los ministeriales llamaron a declarar a testigos no importantes, pero a los clave como Cuauhtémoc hasta la fecha no los han requerido. Juan, por ejemplo, rindió su declaración un año después del asesinato, explica Cristina.

Mientras tanto, el expediente se hacía perdedizo. En agosto de 2012 dijeron a los hermanos que había sido reasignado a feminicidios. Pero ahí les respondieron que no tenían la carpeta. Interpusieron una denuncia ante la Comisión de Derechos Humanos del Estado de México.

El expediente por fin apareció de nuevo en Lerma; las autoridades aseguraron que lo habían reasignado a esas oficinas desde feminicidios, “pero no hay un solo oficio que demuestre que alguna vez había estado ahí”, explica Cristina.

Los familiares de Luisa presionaron para que se hicieran estudios periciales. En Jilotepec, habían hecho una autopsia, pero no los estudios correspondientes. Apenas hace dos meses (dos años y medio después del asesinato) les entregaron el estudio de mecánica de lesiones y se enteraron que la abogada había forcejeado antes de morir. Supieron que había sido mordida y que se defendió.

Por ello, infieren, que probablemente Luisa rasguñó al agresor. Sin embargo, jamás se hicieron los estudios correspondientes, como raspado de uñas; tampoco se buscaron huellas. Por todo ello, sintetiza Heliodoro: “Nosotros creemos que hay tráfico de influencias en el caso de mi hermana”.

Texto publicado en El Universal Gráfico el 26 de junio de 2013