lunes, 25 de febrero de 2013

Salió rumbo a hospital y ya no regresó a casa




Zoila Martínez encargó a su nieta de tres años y salió temprano del rancho donde vive, en Huixquilucan, estado de México, para venir al Distrito Federal y pedir apoyo en la búsqueda de su hija, Jéssica Hernández Martínez, de 21 años.

La historia de la desaparición de Jéssica comenzó la mañana del 7 de enero de 2012, tenía 19 años y salió de su casa en San Ramón, municipio de Huixquilucan. De ahí iría al Hospital 194 de San Bartolo, en Naucalpan, a solicitar una consulta pediátrica para su pequeña hija de dos años. Después debería ir al Registro Civil y tramitar una copia certificada de su acta de nacimiento. Le habían ofrecido un empleo en el gobierno local y necesitaba sus documentos oficiales. A su esposo Rubén, de 29 años, no le gustaba mucho que trabajara y ya habían tenido problemas por eso, pero Jéssica quería ayudar económicamente y ser productiva.

A las 11:00 de la noche de ese 7 de enero, la señora Zoila recibió una llamada. Era su yerno, Rubén Domínguez, de 30 años.

— Suegra, ¿sabe algo de Jessi?, preguntó.

—¿Cómo…?

—No sé de ella desde la mañana.

—¿Por qué hasta ahorita me estás avisando?, le recriminó Zoila. Colgó, se puso un suéter, tomó las llaves de la casa principal y salió de su cabañita. Ella no tenía crédito en su celular, así que usó el teléfono de la casa que utilizan los patrones cuando están en el rancho.

Comenzó a llamar al celular de su hija. Entraba la llamada, pero nadie contestó. Llamaron a posibles amigos de Jéssica, a los hospitales cercanos. Nada.

Al día siguiente, el 8 de enero, Zoila, con fotografía en mano, se dirigió al hospital de San Bartolo a preguntar si alguien la había visto el día anterior.

Una enfermera creyó reconocerla, pero aclaró que no estaba segura. Lo cierto es que, de haber llegado al hospital, Jéssica no logró tramitar la consulta, ya que ese día no dieron fichas. Entonces la joven probablemente salió y se dirigió al Registro Civil. Pero ahí ningún funcionario quiso aportar dato alguno. Alegaron que llegaba mucha gente y que no podían dar más información. Se negaron a revisar si el trámite de las actas había sido realizado.

No es seguro que Jéssica haya llegado al hospital y mucho menos al Registro Civil. El único dato verificable es que salió esa mañana de su casa, encargó a su pequeña y se fue.

Ese mismo 8 de enero, la familia quiso levantar una denuncia en la agencia del Ministerio Público de Huixquilucan. Pero los agentes se negaron. Pidieron que primero la familia la buscara en los lugares de siempre: hospitales, Cruz Roja y separos. El padre y la madre de Jessi recorrieron los hospitales durante toda la tarde. No tuvieron resultados.

Al día siguiente regresaron a la agencia, esta vez en compañía de su yerno. Los agentes se volvieron a negar a levantar un acta. Dado que una enfermera creyó (sin estar segura del todo) ver a Jéssica en el hospital de Naucalpan, deberían interponer la denuncia en ese municipio.

Esa misma tarde, los padres de Jéssica se trasladaron a Naucalpan. Pero ahí les pidieron que regresaran después. Que dejaran pasar las 72 horas.

Apenas hace unos días, a un año de la desaparición de Jéssica, la familia logró levantar un acta exprés por la desaparición de su hija, con ayuda de una asociación civil.

Zoila exprime su tiempo. Educa a su nieta y a su hijo más pequeño; cuida a los animalitos del rancho, realiza las labores del hogar. Le queda poco tiempo para buscar a su hija, sin embargo lo hace. Ha hablado con todas las personas que la conocían, ha puesto carteles y se sigue dando vueltas por los hospitales. “Sólo quiero saber que está bien".

Publicado el 30 de enero de 2013 en El Gráfico y El Universal

Desde los ojos de la hija del tratante





En abril de 2011, las procuradurías del Estado de México y Puebla desmantelaron una banda que presuntamente levantó a dos jovencitas de 14 años en el estado de México, las mantenía cautivas y las obligaba, bajo amenazas y golpes, a prostituirse en bares poblanos.

El Gráfico ha publicado la historia de las adolescentes rescatadas y cómo hasta la fecha no han podido regresar a la escuela y viven sin protección de las autoridades en el mismo pueblo de donde fueron raptadas. En esta ocasión se pone a consideración los testimonios de otras víctimas: las hijas de uno de los tratantes, quienes, si bien no fueron explotadas, sí pasaron una parte de su infancia expuestas de manera cotidiana a los ires y venires de un prostíbulo donde explotaron a jovencitas, apenas un par de años más grandes que ellas.

Esta es la visión de Blanca, de entonces 11 años y Adela, de 13, hijas de José N N, detenido y acusado desde abril de 2011 de delincuencia organizada, lenocinio y corrupción de menores. Su declaración se encuentra en la causa penal 2/2011 con sede en San Andrés Cholula, Puebla. Hasta la fecha, ninguna organización ha logrado dar seguimiento del paradero y bienestar de estas dos niñas. Adela: “Desde que yo me acuerdo vivía con mis papás y mis tres hermanos. Pero cuando tenía como 10 años mi mamá nos llevó a vivir a mis hermanitos y a mí a Veracruz, a casa de mi abuelita. Mi papá se quedó a vivir en Los Reyes de Juárez, Puebla. Como a las tres semanas mi mamá nos dijo que se iba a ir a vivir a Estados Unidos para ganar dinero y podernos comprar cosas. Cuando mi mamá se fue mi papá nos trajo de regreso a vivir con él.

“Mi papá tiene un bar al lado de la casa que se llama El Rey. A mí me molesta porque hay muchos borrachos y luego hacen mucho ruido”.

Blanca: “Mi papá todos los días abre su bar a la hora que él quiere, pero es siempre después de las ocho, también hay como nueve muchachas que bailan con borrachos y toman cerveza con refresco. Yo esto lo he visto en las mañanas y en las noches, porque a veces me asomo al bar.

“Cuando me voy a la escuela veo a las muchachas que están bien tomadas y tienen cervezas en las mesas. En las mañanas veo esto porque mi papá cierra bien tarde el bar, como a las ocho de la mañana. La otra vez vi algo bien chistoso, porque un señor apenas iba a entrar y su esposa ya lo había ido a traer con la chancla.

“A mí me gusta ir al bar cuando no hay gente porque a veces me encuentro dinero tirado en el piso. He visto que adentro hay como 10 cuartos y cada uno tiene una cama y una mesa, y mi papá me ha dicho que esos cuartos se los da a las muchachas para que se queden a dormir. Pero yo sólo he visto a dos muchachas que se quedan: a una que le dicen Adriana, pero la apodan El Gato con Botas y otra que se llama Sandra.

“Hace rato yo andaba jugando en el bar con mis hermanos, las muchachas estaban tomando cerveza y bailando en un tubo con los señores, cuando vi mucha gente que entró al bar. Mi tía Guadalupe Sánchez, que estaba durmiendo en uno de los cuartos, despertó y nos dijo que nos tapáramos bien. Las personas que entraron eran como policías y pues ya nos trajeron para acá.

“También quiero decir que ahí —junto al bar— vive mi abuelita, que se llama Margarita, es la mamá de mi papá, y ayer en la noche —cuando nos trajeron acá— mi abuelita se fue a esconder a un gallinero que tiene en su casa, con una muchacha que creo es de Tecamachalco. Ella tiene más de 20 años porque ya no se ve chiquita y llegó a trabajar al bar casi desde que mi mamá se fue a Estados Unidos, entonces yo tenía siete años y ya voy para los 11. Esta muchacha vive con mi abuelita, pero trabaja en el bar, en la barra, pero a veces también la veo bailando y tomando con los clientes. Pero no sé por qué se haya ido a esconder con mi abuelita al gallinero, sólo sé que ella se salió del bar cuando llegaron las personas y antes de que la vieran se fue”.

Publicado en El Gráfico el 12 de febrero de 2013